Hola! Soy Charo Mejía y esta es mi
biografía
Empecé a vivir bajo la tutela de un hombre intelectual, escritor frustrado y muy amante de la lectura. Fue él quien me inició en el oficio de escribir.
Nací un 22 de abril de 1958, en Los Ángeles, California. Fui la segunda hija de un segundo matrimonio de mi padre. Impensable en la Colombia de ese tiempo, con Concordato de por medio y todo.
Lo importante no es lo que se hace de nosotros, sino lo que hacemos nosotros mismos de lo que han hecho de nosotros.
Jean-Paul Sartre. Saint Genet, comédien et martyr (1952)
Cualquier hijo de esa unión era ilegítimo; así que, cada vez que se acercaba la llegada de un nuevo niño, mi madre viajaba, con panza y todo, a un país donde no se cuestionara su legitimidad.
Mi familia vivió en Bogotá por algunos años, mientras mi padre trabajaba en la IBM. En 1962 nos trasladamos a Buenos Aires, por un ascenso en la empresa. En 1969, mi padre fue despedido por ser muy izquierdoso para trabajar en una multinacional. Regresamos a Cali en el 1969. En 1975 por el deseo de mi padre de morir bajo la luz que lo vio nacer, viajamos a Guayaquil.
Foto de Charo con su hijo, Carlos Manuel Beate Mejía.
Después de eso todo empezó a correr: mi hermano mayor murió en una de sus escapadas. Poco tiempo después mi padre enferma de cáncer y fallece en 1978. No había dinero, y lo que se conseguía no alcanzaba. Tuve que dejar el bachillerato para trabajar. A los pocos meses me enamoro y uno mi vida al mejor hombre que había conocido.
Él, hijo de alemanes, pero con un maravilloso espíritu indígena, era viudo y tenía dos hijas pequeñas.
Así empecé a ser esposa y madre al mismo tiempo. Y a los 22 años tenía mi primer/tercer hijo.
En el año 1996, mi esposo, apenas si de 43 años, fallece por un cáncer de pulmón ─dando los sinceros agradecimientos al tabaco─.
Charo junto a su marido, Carlos Beate , en el año 1990.
El dolor de la viudez me lleva a escribir El Duelo en 1999. Y ya no pude parar: en el año 2004 publica Culantro, perejil y otras yerbas venenosas, y Las Aguas Encantadas (Una metáfora de las Islas Galápagos) en el 2021, después de trabajar durante 30 años como Gerente de una empresa operadora de turismo con Galápagos.
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Charo a bordo de una barcaza en El Cuyabeno, en el año 1998.
Sigo viviendo mientras observo, siento, experimento y vuelo a hacerlo cuando lo cuento.
Quito, Ecuador – 2021
Islas Galápagos, Ecuador – 2018
Volcán Antisana, Ecuador – 2015
Arequipa, Perú – 2003
MIS LIBROS Y NOMINACIONES
Todos los días pienso en lo que sentimos juntos, en cada sensación que compartimos y esos recuerdos endulzan muchos momentos; sin embargo, algo faltó, quedaron mil pendientes, mil sensaciones que ahora llegan a mi cuerpo, que llenan mis sentidos y que necesito desesperadamente que entiendas y que sientas conmigo. Tengo un sabor amargo de no haber vivido todo lo que debíamos haber vivido, de no haber concluido. Sé que para ti todo acabó, a pesar de tu edad, a pesar de tener tanto que dar aún, lo que cierra definitivamente el ciclo de la vida es la muerte, eso lo concluye todo, con ella no existen incompletos; pero para mí no, no terminé mi vida contigo, no así, no vivimos los planes mil veces planeados, mil veces soñados y esperados toda la vida; no se acabó el amor, no lo gastamos, no lo usamos todo lo que debimos usarlo, no te amé como soñé que iba a amarte, no hubo el momento, no hubo el valor, no sé bien por qué, pero quedaron mil palabras enmarañadas en mi mente que no salieron, quedaron mil caricias enredadas en mis manos que no se desprendieron.
Cuentan que a la falta de su regla, dijo que tenía demasiado trabajo y que no dormía bien, que por eso nada le funcionaba. Los primeros vómitos se debían, según ella, a la “maldita negra” que ahora ayudaba en la cocina, quien de seguro, afirmaba, le ponía algún brebaje en la comida. Pero cuando sus senos empezaron a salirse de la copa del sostén, tuvo que rendirse ante las evidencias. Estaba furiosa, gritaba y maldecía el día entero. El que más la sufrió, fue el abuelo:
—Es que usted es un calenturiento. No lo deja a uno ni salir de la dieta y con el un muchacho prendido de la teta, está queriendo hacer el otro.
Empezó trabajo de parto un día sábado, muy temprano en la mañana. La partera llegó al anochecer esperando recibir la criatura, pero no fue así. Al atardecer del domingo la situación no cambiaba, ni siquiera había pujo, sólo contracciones que nadie entendía como soportaba. La partera trató de sentir a la criatura y en su empeño tocó un par de bolitas que identifico como los testículos.
—¡Por Dios, viene sentado! —Advirtió —Tenemos que llamar al médico.
La abuela se paró de un brinco al tiempo que vociferaba:
—Ningún hombre me va a meter mano.
Lo que provocó que junto con un gran coágulo de sangre colgaran de su entrepierna dos largas zancas, que sin ninguna dificultad, fueron adquiriendo una cadera, una espalda y finalmente una cabeza; así, parada, porque no hubo tiempo para nada más.
Era un bebe enorme que se convirtió en un muchacho bellísimo: cabello negro, piel tostada, ojos pardos, ranura en la barbilla y hoyuelos en las mejillas. La abuela, ni bien lo vio, sentenció:
—Este me salió puto.
Publicación digital en 2021.
Después de caminar poco más de una hora entre los matorrales, un leve rocío empezó a mojar aún más mi bata sudada y rasgada por las ramas. El sonido era cada vez más ensordecedor. El suelo se hacía más suave casi que fangoso. Cada pisada que dejaba atrás se llenaba de inmediato de agua transparente, a pesar del lodo y las hojas podridas. Tras unos árboles que se perdían de vista entre la maraña que me cubría, rodeados por helechos prehistóricos y enredaderas de hojas gigantescas, se escuchaba el estruendo. El sonido era muy fuerte y su eco no me permitía adivinar el origen, ni siquiera pensar con claridad. Hasta que ya con el sol sobre mi cabeza, di con ellas. Eran Las Aguas Encantadas. Sumac Yacu, las llamaban los indígenas, y a las que bautizaron como The Enchanted Waters, los primeros gringos que llegaron.
Salían desde una elevación imponente y terminaban en una gran laguna, a mis pies. No se las podía ver en su totalidad, porque el agua que caía explotaba en miles de gotas pequeñísimas que creaban una tenue neblina. Me dijeron que tenían casi mil metros. Yo las vi más altas, infinitas.
La fuerza del agua se había comido la mitad de la montaña dejando a la vista su interior: una enorme muralla de piedra por donde descendían torrentes de agua en incontables chorros que, en algunos tramos, se juntaban formando una masa compacta que bajaba con tal fuerza que, al estrellarse contra la roca, la perforaba, haciendo pozos de diferentes profundidades, donde el agua se encharcaba solo para continuar cayendo, en un desborde continuo; una verdadera pared líquida, móvil, impenetrable, para luego, por los estrechos que formaban las rocas, engrosarse de nuevo y, en caída libre, convertirse en una gran columna de agua, que repetía una y otra vez las mismas rutinas, hasta que, al final, a través de una gruta que lograba apaciguar toda su fuerza, entraba a la laguna, que se mantenía imperturbable, quieta, como un espejo.
A los animales más oscuros, opacos, menos visibles, solo los noté cuando se movían con brusquedad para comer o para entrar al agua. A pesar de su mala fama, no les temí: lagartijas pardas, verdes; tortugas, culebras y pequeños caimanes. Arriba, en la entramada de ramas, por donde apenas se colaban algunos rayos de luz, pude ver tucanes, papagayos, loros, pericos y cientos de mis amados tangaras, que exhibían sus plumas de escandalosos colores, huyendo de los monos que no dejaban de ir y venir entre las ramas, mientras sus gritos se perdían entre los demás sonidos y silencios de la selva.
Estuve allí tanto tiempo como me lo permitió el calor. Al mediodía, de regreso en Belisario, le pregunté a todo con el que me encontré por ese maravilloso lugar del que nadie me había hablado antes. Pero en ese entonces, Las Aguas Encantadas no eran nada más que un sitio a donde ir el domingo.
- Nominación especial por el Cuento “El Asalto” de Avon Internacional – Buenos Aires Argentina 2001.
- Mención especial en el VIII Concurso Internacional de Novela Contacto Latino, como finalista con Las Aguas Encantadas.
- Diploma de Agradecimiento, otorgado por Las Letras – Espacio Cultural: