Culantro, Perejil y otras yerbas venenosas
Cuentan que a la falta de su regla, dijo que tenía demasiado trabajo y que no dormía bien, que por eso nada le funcionaba. Los primeros vómitos se debían, según ella, a la “maldita negra” que ahora ayudaba en la cocina, quien de seguro, afirmaba, le ponía algún brebaje en la comida. Pero cuando sus senos empezaron a salirse de la copa del sostén, tuvo que rendirse ante las evidencias. Estaba furiosa, gritaba y maldecía el día entero. El que más la sufrió, fue el abuelo:
—Es que usted es un calenturiento. No lo deja a uno ni salir de la dieta y con el un muchacho prendido de la teta, está queriendo hacer el otro.
Empezó trabajo de parto un día sábado, muy temprano en la mañana. La partera llegó al anochecer esperando recibir la criatura, pero no fue así. Al atardecer del domingo la situación no cambiaba, ni siquiera había pujo, sólo contracciones que nadie entendía como soportaba. La partera trató de sentir a la criatura y en su empeño tocó un par de bolitas que identifico como los testículos.
—¡Por Dios, viene sentado! —Advirtió —Tenemos que llamar al médico.
La abuela se paró de un brinco al tiempo que vociferaba:
—Ningún hombre me va a meter mano.
Lo que provocó que junto con un gran coágulo de sangre colgaran de su entrepierna dos largas zancas, que sin ninguna dificultad, fueron adquiriendo una cadera, una espalda y finalmente una cabeza; así, parada, porque no hubo tiempo para nada más.
Era un bebe enorme que se convirtió en un muchacho bellísimo: cabello negro, piel tostada, ojos pardos, ranura en la barbilla y hoyuelos en las mejillas. La abuela, ni bien lo vio, sentenció:
—Este me salió puto.
Primeras Paginas
Testimonios
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CHARO MEJÍA
Escritora
Bien, es muy poco lo que puedo decir de “Culantro, perejil y otras yerbas venenosas” que no esté ya allí, impreso, sin vuelta atrás. Son trece historias de momentos en la vida de mujeres, a veces la amiga, a veces la vecina, la tía, la abuela o yo misma, dentro de nuestra cotidianidad, enfrentando el reto que significa vivir con las armas que nos han dado y que siempre consideraré insuficientes, en una sociedad que quiere cambiar, pero que no lo hace por sí misma. Historias a veces dolorosas, a veces llenas de alegría, pero siempre con la fuerza que define al llamado sexo débil
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EDGAR ALLAN GARCIA
Escritor
He leído los cuentos de Charo Mejía, llenos de personajes coloridos, de circunstancias que se resuelven rápidamente, de anécdotas salpicadas de humor –a veces negro-, y de intensidad, lujuria, encanto, tristeza, indignación, asombro… y ambos textos me han llenado, de diferente manera, pero me han llenado de gratitud ante lo que puede dar la literatura en sus diversas exploraciones de la realidad.
